Me vais a permitir, dado que es un servidor quien invitó a Maribel Tena en
nombre de todos, que esta tarde os presente este Como suceden los árboles, último poemario de nuestra escritora y
añado, creo que con sentido, mi compañera de docencia y café- allí en
Orellana la Vieja- y por supuesto mi amiga.
De entrada, el título de la
obra, corresponde a los versos de una de las estrofas finales del poema de
contraportada: Si sucedemos/ como
suceden los árboles. Unos versos que sintetizan lo que el
libro desarrolla.
El poemario, editado por La Penúltima-editorial, vio la luz este
mayo de 2016 y en la ciudad de Valladolid. Hace ya un
año. Estas notas de crédito son significativas ya que contextualizan
formalmente el poemario de Maribel Tena en plena primavera y en la
ciudad del mejor castellano hablado, Por otro lado, hay que resaltar de esta
edición su cuidada manera de envolver los versos de esta poeta villanovense que
siempre nos sorprende.
El poemario consta de tres partes definidas que van desarrollando este suceder de los árboles, 1)
Raíces verticales (pág., 9); 2) El perímetro del incendio (pág.
31); 3) Aspiración del fruto (pág. 51). En la primera
parte los versos nos hablan de la realidad más próxima, esa que
está en el propio crecimiento de nuestro ser y fundamenta lo que somos, un
permanente despertar que se hace lección; en la siguiente, los poemas
cobran una gran intensidad al desarrollar esa meseta de lo cotidiano
donde vivir se convierte en una necesidad solemne que nos devuelve
contraluces habitando lugares insólitos y sin dejar de domesticar nuestra
existencia; y en la última, los versos se hacen puntos de reflexión que
nos llevan a los anhelos universales que no dejan de ser voces vivas
que empujan al valiente seguir y adentrarse
sin resistencia alguna.
Para acercarnos a este poemario, y con todos mis respetos a su autora, he
seguido un método de análisis que permita ver cómo es la arquitectura
literaria e intencional de la autora. Este método consiste en leer los
primeros y los últimos versos de cada una de las partes observando su
complementariedad y coherencia. Hay que decir, sin ambages, que el poemario,
éste en concreto, tiene una arquitectura literaria impecable y sugerente, y que
-independientemente de análisis- merece la pena leer dejándose llevar por sus
versos. Y esta tarde, escuchar algunos poemas en la voz de su creadora.
En
la primera parte, Raíces
verticales, los primeros versos son el cimiento perfecto de todo lo
que se desarrollará después, diciendo así: Al pasado siempre le sobrevive/la memoria del pasado. A
esos versos le unimos los versos finales para descubrir cómo estos complementan
el meta-relato: Bien valen
algunas canas/ lo que aprendí de tantos viajes/ un territorio que nunca era yo
misma. / No quiero más tiempo que este. / Sea.
Esta parte nos lleva a combinar el pasado y el futuro sin perder de vista la
realidad del presente. En los versos de este capítulo hay mucha coherencia
argumental, una reflexión que aborda ese arrasar de la gravedad y la desmesura, de mirar aquello
que uno fue y que sin remedio mantiene lo que se es. En esta
primera, el yo literario tiene la capacidad de hacernos mirar, al lector, desde
los ojos migrantes de la grulla “movida
tan solo por la fuerza de la costumbre”. La costumbre, la bendita
costumbre que nos mantiene en el norte de unos abrazos, de lo cercano,
provocando ese escaso idioma: //
cada abrazo prende la mecha/ de un pequeño verbo incendiado.
En la segunda parte, El
perímetro del incendio, y siguiendo el esquema de análisis
propuesto, se observa que comienza con una estrofa de cinco versos que habla de
viajes: Nadie debería
marcharse/antes de haberse convertido sus manos/ en este quebradizo pergamino/
bajo el que se lee/ el mapa de nuestra sangre. Y es en este mapa,
que marca la orografía de nuestra sensibilidad, donde se entroncan los versos
de un poema final con notas de protesta y reivindicación y donde lo cotidiano,
como el comer, se convierten en puntos de inflexión que nos retrotrae “al rumor trágico de otros mundos/ que están
en este”; “a los niños ahogados en el vino medio caro que hemos elegido”;
a la adolescente/ “que lucha contra el
frio con un fino plástico”… Es imposible no releer, una y otra vez este
nudo de la obra, esta meditación que no pretende nada más que acercarnos a lo
que somos y a donde estamos.
La tercera y última parte, Aspiración
del fruto, nos deja con ganas de más versos de este tipo, con ansias
de morder más fruto de esta categoría. Se inicia con un poema titulado MAYO,
con unos versos que sintetizan todo lo anteriormente contado: Demos por comenzada/ la época en que se oye
a las flores abrirse/ en su aspiración de fruto. Unos versos
reveladores que nos enfrenta al ideal de lo que, como humanos, tendríamos que
ser. De esta forma, los versos finales de esta última parte arrancan en cada
una de las estrofas, a modo de canon, con verbos en imperativo, así: inaugura…,
abre…, colma…, respira. Porque es así, si queremos mantenernos en la
primavera de lo existencial tendríamos que estar inaugurando, abriendo,
colmando y despacio, muy despacio, respirando y “penetrados por el misterio…” Un misterio, este, en el que el yo
literario confiesa creer y que es el de todo aquello/ sobre el que se posan mis ojos- dice.
Se agradecen libros como este, en tiempos revueltos como el nuestro. Un
magnífico poemario de Maribel Tena, al que hay que acercarse porque
en él hay esas recomendaciones valientes, como estas- con tonos
heideggerianos-, de no nombrar el ser para evitar que desaparezca: Tantas veces/ lo que está en el aire,/ lo
que ha empezado a amarse sin remedio,/deja de pertenecernos si se nombra.
Y ahora, escuchemos a nuestra invitada.
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